Hace algunos días murió un cuerpo. Sin embargo, todavía se puede conversar con sus ideas al tomar uno de sus libros, leer alguno de sus poemas, sentir alguno de sus discursos o escuchar alguna de sus entrevistas. El conjunto de ese cuerpo y esas ideas se llamó y se llama José Saramago, ese usuario frecuente de la imaginación que nos enseñó a ver desde la ceguera, que la fe no es exclusiva de la religión, que no se alcanza la utopía sin criticar los caminos que llevan hacia ella y, más recientemente, la vulnerabilidad de Caín (el ser humano) y el triste destino de su utilización.
Literato genial, ateo y comunista, Saramago fue consciente de que el estado natural de los humanos es la libertad lejos de los dogmas estructurales de cualquier tipo, que en su búsqueda por arreglar el mundo comenzaron, en principio, arruinándolo. Sabemos ahora gracias a Saramago y a otras personas que como él fueron seres humanos, que nosotros somos capaces de traer el paraíso a la Tierra por esfuerzo propio, de alcanzar, si nos lo proponemos, la sociedad ideal, que en la vista de quienes no son consientes de su capacidad está a cientos de años luz. Saramago creyó profundamente en esto, y más aún, hizo méritos propios para hacerlo realidad.
Pues bien –escribió Saramago- mientras se acaba y no se acaba el mundo, mientras se pone y no se pone el sol ¿por qué no nos dedicamos a pensar un poco en el día de mañana, ese en que casi todos todavía estaremos felizmente vivos? ¿Por qué no nos decidimos a poner de pié unas cuantas ideas simples y unos cuantos proyectos al alcance de cualquier comprensión?
Crítico constante de esa farsa que los empresarios llaman democracia, Saramago estaba convencido que Marx nunca había tenido tanta razón como hoy. Esta firme convicción se tradujo en su activismo político, lleno de un pragmatismo que tiene a su base la conciencia que reside en todos nosotros de que el mundo se está despedazando. Tal pragmatismo se resume en las palabras que escribió a propósito de su Ensayo sobre la Ceguera: Si puedes mirar, ve. Si puedes ver, repara.
Pero la crítica de Saramago a la que debemos prestar más atención, pues es la que contribuye directamente a los cambios que queremos realizar, es la que recae en nosotros mismos como miembros de las izquierdas. Aquellos llamados revolucionarios que se han adueñado del poder vendiendo la esperanza de que la sociedad ideal vendrá pronto (cuales fueran sacerdotes en su pulpito), son los principales obstáculos que imposibilitan el alcance de un mundo mejor.
Saramago nos invita a que en esta lucha convirtamos en virtud algo que tradicionalmente vemos como defecto: la impaciencia. Ya es hora, nos dice este hombre, de que ésta se note en el mundo para que aprendan algo ésos que prefieren que nos alimentemos de esperanzas. O de utopías.
Este es el legado de Saramago, hacernos ver nuestra capacidad, las posibilidades de nuestros propios esfuerzos sin la necesidad de consumir dioses celestiales, humanos o económicos. Posibilidades que, desde la actividad política y crítica se materializarán de forma apresurada si contamos con la voluntad.
Finalizamos con un mensaje que nos alienta a sacar de la ceguera al resto del mundo, liberándonos primero de ella.
“Nosotros tenemos razón, la razón que asiste a quien propone que se construya un mundo mejor antes de que sea demasiado tarde, pero o no sabemos transmitir a los demás lo que es substantivo en nuestras ideas, o chocamos con un muro de desconfianzas, de prejuicios ideológicos o de clase que, si no logran paralizarnos completamente, acaban, en el peor de los casos, por suscitar en muchos de nosotros dudas, perplejidades, esas sí paralizadoras. Si el mundo alguna vez consigue ser mejor, solo habrá sido por nosotros y con nosotros. Seamos más conscientes y estemos orgullosos de nuestro papel en la Historia. Hay casos en que la humildad no es buena consejera. ¡Que se pronuncie alto la palabra Izquierda! Para que se oiga y para que conste.”Pues bien –escribió Saramago- mientras se acaba y no se acaba el mundo, mientras se pone y no se pone el sol ¿por qué no nos dedicamos a pensar un poco en el día de mañana, ese en que casi todos todavía estaremos felizmente vivos? ¿Por qué no nos decidimos a poner de pié unas cuantas ideas simples y unos cuantos proyectos al alcance de cualquier comprensión?
Crítico constante de esa farsa que los empresarios llaman democracia, Saramago estaba convencido que Marx nunca había tenido tanta razón como hoy. Esta firme convicción se tradujo en su activismo político, lleno de un pragmatismo que tiene a su base la conciencia que reside en todos nosotros de que el mundo se está despedazando. Tal pragmatismo se resume en las palabras que escribió a propósito de su Ensayo sobre la Ceguera: Si puedes mirar, ve. Si puedes ver, repara.
Pero la crítica de Saramago a la que debemos prestar más atención, pues es la que contribuye directamente a los cambios que queremos realizar, es la que recae en nosotros mismos como miembros de las izquierdas. Aquellos llamados revolucionarios que se han adueñado del poder vendiendo la esperanza de que la sociedad ideal vendrá pronto (cuales fueran sacerdotes en su pulpito), son los principales obstáculos que imposibilitan el alcance de un mundo mejor.
Saramago nos invita a que en esta lucha convirtamos en virtud algo que tradicionalmente vemos como defecto: la impaciencia. Ya es hora, nos dice este hombre, de que ésta se note en el mundo para que aprendan algo ésos que prefieren que nos alimentemos de esperanzas. O de utopías.
Este es el legado de Saramago, hacernos ver nuestra capacidad, las posibilidades de nuestros propios esfuerzos sin la necesidad de consumir dioses celestiales, humanos o económicos. Posibilidades que, desde la actividad política y crítica se materializarán de forma apresurada si contamos con la voluntad.
Finalizamos con un mensaje que nos alienta a sacar de la ceguera al resto del mundo, liberándonos primero de ella.
Equipo Mapache
26 de junio de 2010