Cocaína, alguien decide por el
país. No me culpen,
no estoy dispuesto para morir sobre
un crucifijo.
(Decisiones
apresuradas, Fito Paez. 1985)
El pasado marzo cumplió 50 años la “Alianza
para el Progreso”, programa central hacia América Latina de la administración
del presidente norteamericano John F. Kennedy. Para aquella época El Salvador
tuvo que crear instituciones autónomas para administrar los servicios básicos
como requisito para acceder a los fondos canalizados a través de la Fundación
Panamericana de Desarrollo.
La finalidad de este programa era frenar la
avanzada del “castrismo” e incidir en la política interna de los países latinoamericanos.
Medio siglo después, luego de una guerra civil,
tras el fin de una dictadura militar y durante el primer gobierno de amplia
participación, cuasi-progresista, El Salvador repite el capítulo suscribiendo
el “Asocio para el Crecimiento” con Estados Unidos.
El convenio, cuya duración es de 5 años, busca
—en teoría— eliminar los obstáculos que impiden el desarrollo de la economía
nacional. Para acceder a él no fue necesario crear más autónomas sino botar a
un ministro (quizá uno de los más incomodos para los estadunidenses): Manuel
Melgar.
No entraremos acá en el análisis de la
efectividad de su gestión, no es nuestra empresa en esta ocasión, lo que
buscamos es subrayar lo lejos que estamos de una verdadera independencia y que
el servilismo, otrora descarada sumisión, sigue presente.
Según la realpolitik
el cambio está más que justificado, somos un país tercermundista y necesitamos
ayuda, sin embargo esa excusa nos ha valido mil veces para justificar nuestra
mediocridad al momento de defender nuestra soberanía.
Nuestro Estado de Derecho es un Estado de excepción
permanente. No se trata de que algunos cambios no se realicen sino que sean
tomados por nosotros mismos, que no sea la nación del norte la que nos dicte
cuándo y cómo hacer las cosas.
De nada sirve festejar el mitológico primer
grito de independencia cuando nuestra moneda solo es útil para coleccionistas,
de nada sirve tomar como enemigo nacional a un comentarista mexicano por
insultar a nuestra selección de fútbol cuando callamos ante las atrocidades que
realizan a nuestros compatriotas que migraron por falta de oportunidades a
Estados Unidos.
El derecho a la autodeterminación es una tarea
que nuestro país no puede seguir postergando, mientras sigamos agachando la
cabeza el subdesarrollo no será solo económico sino cultural y hasta
espiritual. Es momento de ser invadidos por la profunda gana de ser pueblo.
Equipo Mapache
12 de noviembre de 2012
No hay comentarios:
Publicar un comentario